sábado, 23 de julio de 2011

Chapter 5.♥

Hacía un rato que no veía a nadie por la calle excepto algún gato vagabundo. Era de noche, y las pocas personas que antes vi supongo que se dirigían hacia sus casas. Me estaba haciendo a la idea de que tendría que dormir fuera, y también cómo hacer para no despertarme en alguna sala desconocida. Intentando mentalizarme de que soy valiente, seguí andando para encontrar algún cobijo que me sirviera para pasar la noche.
Tenía un miedo terrible: todo estaba solitario y la única iluminación que había eran las que procedían de las casas, y que poco a poco se iban extinguiendo. Tenía que encontrar algún sitio bueno y rápido.
Al cabo de unos diez minutos, divisé un pequeño cobertizo hecho como de lata y que daba un poco de asco, pero prefería dormir ahí que fuera. Así que aparté un poco un trozo de madera que había como puerta y una vez dentro, intenté sentarme. La verdad es que aquello no estaba nada mal, no olía peste como me había imaginado y aunque el suelo estuviera un poco duro, no había humedad y no encontraba ninguna razón por la que alguien entrara aquí, pues no había nada que buscar.
Así que, me acurruqué como pude, recé para que nadie me encontrara y cerré los ojos.

Un hilo de luz solar filtrado por una rajita de las paredes de madera me despertó. Había tenido suerte: nadie se había percatado de que yo estaba allí. Intenté peinarme un poco con las manos, quitar lo más posible de mi cara de dormida y ajustarme bien el vestido robado.
Salí fuera, y menos mal que no había casi nadie, solo un par de mujeres ya avanzadas en edad que seguramente iban a comprar pescado fresco o algo por el estilo. Me miraron con desprecio, y no me sorprendí: tenía unas pintas horribles. Con la cabeza gacha, empecé a caminar por la calle, sin saber muy bien el rumbo que tomar.
El hambre me llamaba: mi estómago, acostumbrado a picar algo cada 10 minutos, me pedía a gritos un buen desayuno, cosa que veía muy imposible. Estaba muy asustada; ¿moriría de hambre en aquél portal del tiempo? Todavía no me hacía a la idea de que no vivía en mi época, en el verdadero presente. Mientras intentaba ocultar los rugidos de mi barriga, mi desesperación y mi cansancio, un muchacho un poco más mayor que yo se acercó a mi lado:
-         ¿Hola? ¿Cómo te llamas, chica?
-         ¿Quién eres?
-         Yo soy William, y vivo en aquella casa de allí –señaló un gran caserón a la vuelta de la esquina-, en mi familia somos muy honrados y al verte por la ventana cansada y posiblemente hambrienta, he bajado a hacerte la propuesta.
Me quedé un instante pensando. Nome fiaba mucho de él… pero estaba muerta de hambre así que acepté el trato y a la mínima cosa extraña que percibiera saldría corriendo en busca de… no sé en busca de qué.
-         De acuerdo, me llamo Emily. –le miré desconfiada.
-         Bonito nombre; no tengas miedo, ven, te llevaré a mi casa.
Y cogiéndome del brazo me hizo entrar en ese majestuoso caserón.
Era precioso: tenía lámparas de cristales haciéndose pasar por diamantes, escaleras, suelos y muebles de madera y sofás que parecían llevarte a las nubes.
-         ¿Te gusta? –me preguntó seguido de una risita.
-         Pues sí, está muy bien.
-         Ah, es que al verte con la boca abierta pensé que te habías enamorado.
Mientras él reía yo miraba hacia abajo avergonzada. ¿Por qué me había metido en este lío? Ah, vale; para sobrevivir.
William me llevó a la cocina, donde estaba su madre:
-         Ah, esta es la chica que has visto por la ventana, ¿William?
-         Exactamente, madre.
-         Ah, pues querida, ¿cómo te llamas?
-         Emily.
-         Me encanta ese nombre, se lo queríamos poner a William… pero obviamente nació chico así que… bah, no importa, ¿quieres algo, Emily?
-         Pues… tengo un poco de hambre, la verdad.
-         Vale, enseguida te hago un buen desayuno, y no des las gracias.
Sonreí. ¿Por qué eran tan amables conmigo?
-         William… ¿tú quieres algo? –preguntó su madre.
-         No mamá, ya comí algo antes.
Y diciendo eso, William me cogió de la mano y me llevó a su salón. 

jueves, 21 de julio de 2011

Chapter 4.♥

La respiración de Alice estaba my exaltada. ¿Cómo era posible? Su mejor amiga, se había desvanecido en menos de un minuto. Corrió hacia el piso de abajo, y gritando avisó a todos mis familiares de que, sin saberlo, había desaparecido por completo.
-         Pero, Alice eso es imposible. Subamos arriba. –Dijo mi madre seria y ligeramente asustada.
Al llegar arriba, miró a Alice con cara de reprimenda:
-         ¿Dónde está escondida Emily? Alice por favor, basta de bromas.
-         Que se lo juro señora, que estábamos aquí tan tranquilas jugando con aquellos disfraces de allí. Entonces Emily abrió aquél baúl y sacó un…
-         ¿El qué sacó?
Los rasgos de la cara de mi madre se llenaron de pánico.
-         Sacó un reloj. –respondió Alice, muy seria y nerviosa.
-         ¿Cómo era el reloj? –mi madre parecía cada vez más asustada.
-         Era… era un reloj de cuco. De esos que abundaban antiguamente.
-         Dios mío…
Matthew entró en el ático:
-         ¿Qué pasa? ¿Y Emily?
-         Ahora no estamos para bromas, hijo. Corre abajo a jugar con tu hermana.
Al ver que las dos lo ignoraban, el niño se fue un poco enfadado.
-         Entonces… ¿dices que sacó un reloj de cuco, no?
-         Exactamente.
Hubo un minuto de silencio. Al cabo de un pequeño tiempo, Alice se atrevió a preguntarle:
-         Señora… ¿qué había dentro de ese baúl? ¿Qué significa ese reloj?
-         Pequeña… normalmente no le contaría esto a nadie, nunca se lo he contado a nadie. Pero… eres de confianza, lo sé. Verás, yo tampoco sé mucho del tema en realidad. Cuando era joven, yo subía aquí con mi padre, como Emily en su niñez. Nos poníamos a rebuscar en baúles y eso. Entonces, una vez yo intenté abrir justamente el que tú me has señalado. Mi padre, asustado, me dijo que ahí dentro no había nada que me pudiera interesar, que ahí había magia negra’. Cuando fui un poco más mayor y lo intenté abrir de nuevo, me dijo que había cosas del trabajo… la verdad yo nunca me creí nada, pero fuera por lo que fuera, nunca abrí ese baúl.
-         Pero si ahí dentro solo hay cachivaches…
-         ¿Seguro? Y no crees… ¿Qué esos cachivaches no son simples objetos? Qué ingenuos sois los adolescentes de hoy en día… ¿Seguro que Emily solo cogió ese reloj y… desapareció?
-         Um… ahora que lo recuerdo… creo que también leyó una cosa. Sí, una extraña frase que había detrás del reloj difícil de leer.
Mamá se quedó un rato pensativa.
-         ¿Señora?
-         Dime.
-         ¿Quiere investigar un poco en el baúl?
-         No. Siempre le he tenido miedo y siempre se lo tendré.
-         Pero hay que ‘ayudar’ a Emily… ¿Pero dónde está? Dios esto es tan complicado… ¿No sería mejor llamar a la policía?
-         ¿¡Y QUÉ VA A HACER LA POLICÍA CON ESTO!? –dijo mientras los ojos, se le iban llenando de lágrimas a la vez que hablaba- Seguramente dirán que no saben que hacer… que no se rendirán pero dejarán de llamarnos… hacer de este caso algo famoso…
Alice la abrazó. Ella, también lloraba. ¿Dónde estaba Emily? Su hija, su amiga… No podían utilizar la lógica, no podían salir en su busca, no podían avisar a las autoridades… era todo muy confuso. Marie, la madre de Emily, bajó en busca de ayuda de su tía y su madre.

Estaban todas en el comedor sentadas. La tía de Emily fanfarroneaba que por qué estaba yo allí. Yo, me sentía fuera de lugar, aunque la verdad sin mí no se podría resolver nada.
-         Bien, antes de nada, por favor Alice no nos mientas absolutamente en nada, ¿vale? –empezó diciendo Marie.
-         De acuerdo. No lo dudéis, quiero a Emily a mi lado…
-         Lo que hay que hacer primero es no levantar sospechas. Yo iré mañana al instituto, y diré que Emily está tremendamente enferma, y que dudo que vaya al instituto… en mucho tiempo. Luego, NADA de echar de menos a Emily, ni nada de eso ¿entendido Alice?
-         Entendido.
-         Bien, ahora explícanos con todo detalle lo ocurrido.
Alice empezó a relatar. Se equivocaba mucho, daba trompicones y a veces tartamudeaba. No era su forma de hablar, si no que, el pánico de no volver a ver a su amiga la dejaba sin aliento.
-         Entonces… ¿dices que se desmayó y a los pocos segundos se desvaneció? –preguntó la abuela de Emily intentando parecer tranquila sin mucho éxito.
-         Eso digo… ya sé que parece mentira, pero es la verdad os lo juro.
-         Te creemos, Alice. –dijo Marie.
-         Muchas gracias.
-         Entonces… ¿Sabes algo, madre? –preguntó Marie a su madre, la abuela de Emily.
-         Pues… nunca escuché a tu padre hablar sobre personas que desaparecen sin más…
Todas callaron un instante. La abuela de Emily rompió el silencio con un sonoro ‘espera’:
-         Creo que sé algo… nunca escuché nada sobre gente que desaparece, pero si sobre un cambio de vida drástico…
-         ¿A qué te refieres, mamá? –dijo la tía de Emily.
-         Pues… ¿Recuerdas ese baúl, Marie? ¿El que tu padre te decía que no abrieras? Ese mismo ha abierto Emily, ¿no?
-         Exacto –dijo llena de terror.
-         Sí, lo recuerdo perfectamente.
-         Pues bien, ahí dentro, no había más que cachivaches como nos ha contado Alice, pero… eran unos cachivaches algo especiales, por decirlo así. Eran juguetes, adornos, útiles cosas… que mi difunto marido compraba en mercadillos de esos que pasaban de vez en cuando por el pueblo –la abuela de Emily, contaba la historia mirando para abajo, puede que no quisiera que le viéramos las lágrimas caer- yo le decía que basta, que no comprara más objetos, pero tu padre seguía. Se había viciado. Llegó el momento en el que las cosas, no iban bien en la casa. Nos encontrábamos cucarachas y ratas cada dos por tres, peleábamos muchísimo, se quemaban las comidas… Cuando ya no podíamos más, rogué a tu padre que subiera aquellos trastos al ático, y gracias a Dios que me hizo caso. En un par de días nos encontrábamos como siempre, una familia normal.
-         Entonces… quieres decir que uno de los objetos que cogió Emily tenía alguna maldición echada por decirlo así, ¿no? –dijo Alice.
-         Más o menos –prosiguió la abuela-, verás, en cada objeto había una frase escrita. Nunca nos dio por decirla en voz alta, ni por preguntarnos por qué había una en cada cosa. Eso me lo pregunté con el tiempo de haber subido las cosas… pero mi marido me dijo que no importaba. Entonces naciste tú, tus hermanos… y simplemente lo olvidamos. Pero esos objetos seguían ahí. Puede que Emily al decir la frase en voz alta… ¿Por cierto qué decía la frase?
-         Pues… -Alice intentó hacer memoria- decía algo de que si estabas harto de la vida que ese reloj la cambiaría, algo por el estilo.
-         Dios mío…
-         ¿Qué pasa señora? –le pregunté a la abuela.
-         He escuchado leyendas de esos mercadillos de gente que desapareció y no volvió jamás, eran gente cobarde.
-         ¿Quieres decir que Emily no volverá jamás? –preguntó Marie rompiendo a llorar.
-         No he dicho eso, hija. Solo digo… que nosotras no podemos hacer nada, ahora esto depende de Emily. Porque, queridas mías, nuestra chica no está en el mismo tiempo que nosotras. 

martes, 19 de julio de 2011

Chapter 3.♥

La cabeza me daba vueltas, seguro que me había dado un buen golpe. Tenía unas ganas tremendas de quedarme allí tumbada sin saber muy bien dónde, pero a la vez sabía que no podía hacerlo, pues podría no despertarme nunca jamás. Así que, saqué fuerzas de mi interior y poco a poco me fui incorporando. Abrí los ojos, pero fue igual que tenerlos cerrados. Todo estaba completamente oscuro y cerrado. Ni un hilo de luz. Ningún sonido que te hiciera saber de que hay personas humanas cerca. Nada.
Me levanté y fui tanteando en la pared, intentando encontrar un interruptor o algo por el estilo. Sin éxito. De repente empecé a estornudar, se notaba que aquí había mucho polvo. Tuve miedo, por si alguien me pudiera haber escuchado, pero creo que tuve suerte, aunque la verdad, no sé quién me iba a escuchar.
Tocando la pared, noté que al estar echa de madera, había un pequeño hueco en lo alto que se podía arrancar. Efectivamente, había una ventana escondida, parpadeé con los ojos porque la luz del sol me dio en el rostro.
Pero los parpadeos, no eran solo por la claridad. También sentía cierto pánico, al contemplar que lo que yo veía desde aquella ventana que me resultaba familiar no era la calle de enfrente que siempre había visto.
Sí, estaba mirando a través de la ventana de mi ático y aquello parecía de película. Había señoras con sombreros extra grandes y vestidos largos, sacados de alguna película de los comienzos del siglo XX. Todo aquello me asustaba demasiado, pero entonces escuché una risa. Provenía de mi casa, si podía considerarla mía. Temí que me descubrieran, así que me escondí tras un baúl lo más rápido que pude. Con los ojos llenos de asombro, vi como un señor entraba con su hijo y una vela con soporte en la mano encendida:
-         Vamos hijo, coge algún juguete que te guste. –Le dijo el hombre al pequeño.
-         ¡Vale! Quiero este –gritó con entusiasmo el niño mientras le enseñaba un muñeco de trapo que estaba tirado en el suelo.
-         Venga bajemos, que esto da muuuuuucho miedo –exageró.
-         ¡Sí! ¡Sí! ¡Bajemos!
Se marcharon y cerraron la portezuela con escándalo. Vale, por lo que acababa de ver, seguro que en mi época no estaba. Estas personas vestían diferente a mí, tenían un tono de voz diferente al mío y los coches que hace un momento vi por la ventana no eran expresamente los de última hora en el siglo XXI. Conclusión: Aquél viejo reloj que encontramos en mi desván ha hecho que cruce la línea del tiempo a… al siglo XX.
Un temor interno se apoderó de mí. Ahora, tenía miles de preguntas pero casi ninguna respuesta: ¿Cómo saldría? ¿Qué debería hacer mientras? ¿Dónde tenía que ir? ¿Podría haber alguien que me ayudara a salir? Solo sabía que aquello, me estaba asustando de verdad.

Me llevé una media hora allí escondida, intentando pensar algo. Al final decidí que lo primero, era salir de aquella casa. Pero, iba a llamar demasiado la atención, así que tenía que ingeniármelas para poder coger algún que otro vestido de los dormitorios –suerte que me conocía a la perfección esta casa- y salir a la calle. Tendría que esperar a que salieran de casa un rato o a que se durmieran… pero esa última opción era demasiado arriesgada.
Esperé hasta que la luz se apagó en la ventana, y entonces escuché un murmullo de voces durante unos 10 minutos, y luego la puerta principal cerrarse. Abrí cuidadosamente la puerta del ático y me asomé a la escalera. Veía hasta la última planta, y había tenido una suerte tremenda: La pareja de casados supongo, había salido con todos sus hijos menos el pequeño, que se había quedado aquí con una niñera. Perfecto.
Esperé a que no hicieran ningún ruido, supuse que la niñera se había quedado dormida y el niño también así que bajé muy lento al segundo piso y caminé hasta la actual habitación de mis padres. Tuve más suerte aún, ese era el cuarto de los señores de la casa. Dentro de la habitación busqué apresuradamente un armario o algo por el estilo, y encontré un vestidor. Entré en el con sumo cuidado y busqué en el apartado de los vestidos de la mujer. Escogí rápidamente el que más se ajustaba a mí y empecé a cambiarme como alma que lleva el diablo. Ahora llegaba la parte más difícil: Salir de la casa.
Estuve varios segundos dándole vueltas a la cabeza, y cuando caí quise gritar ‘¡JODER COMO NO SE ME HA OCURRIDO!’. El pasadizo secreto que había en el tercer piso. Subí rápidamente, -menos mal que aquél vestido tan largo tapaba mis bambas Converse, tan cómodas como siempre- y entre intentos e intentos de poder entrar gracias a aquél vestido tan grande por fin entré. Me sabía los caminos a la perfección así que fui hasta el que daba en el jardín. Pero mi sorpresa fue, que no entré en una habitación como esperaba. Aparecí en el jardín, al aire libre, con un perro con hambre dormido justo delante mía. Se me encogió el corazón.
Nunca había tenido tanto cuidado en mi vida. Centímetro a centímetro me fui deslizando hacia la derecha, y ahí empecé a andar cada vez más rápido, tenía un miedo increíble.
Cuando por fin, llegué a la calle, empecé a andar como todo el mundo, pero se notaba y mucho que yo no pintaba nada aquí. Mi pelo despeinado, un vestido que me estaba bastante suelto, y mi estatura… la verdad ahora mismo preferiría morir.

Había salido de la casa, pero ahora veía el verdadero reto: ¿Cómo sobrevivir hasta encontrar la solución para volver a casa?

lunes, 18 de julio de 2011

Chapter 2.♥

Toqué el timbre de mi casa. Un leve ‘Ding Dong’ sonó desde el interior. A los pocos segundos, mi tía Margaret se asomó por la puerta:
-         Ya estás aquí, nos tenías preocupados.
-         Marga ya no soy una niña… tengo 16 años, y dentro de dos meses cumpliré los 17…
-         ¿Marga? Los motes que se inventan estos niños de hoy en día no son normales. ¡MARGARET!
-         Margaret no hace falta que te pongas así, deja a la niña un poco de tranquilidad –mi querida abuela, frenándole los pies a mi tía, como siempre.
Crucé rápidamente el pasillo ajustándome bien la falta del uniforme escolar. Al pasar por al lado de mi abuela, giré la cabeza un poco hacia el lado y las dos nos sonreímos. Siempre me había caído genial mi abuela; cuando yo era más pequeña y ella no necesitaba bastón para poder caminar, íbamos las dos juntas a un pequeño parque que había al lado de mi casa, que normalmente estaba desierto. Me ponía a dibujarle cosas en la arena, a contarle historias, sueños… A la vez mi abuela sonreía y me decía que era la mejor nieta que había tenido jamás.
Subí las escaleras corriendo, escuché un leve susurro de mi tía, quejándose seguramente de lo rápido que subo a mi habitación. Dejé la mochila y me dispuse a cambiarme con ropa normal. Justo cuando me estaba peinando, escuché las llaves de casa en la cerradura de la puerta principal. Mamá ya había llegado, ahora podríamos comer. Una vez, mamá se tuvo que quedar hasta tarde en el trabajo, y como mi tía es tan estricta tuvimos que esperar hasta las 5 de la tarde para empezar a comer.
Bajé las escaleras a prisa, besé a mi madre en la mejilla como saludo y todos nos dirigimos hacia el comedor. Entre Margaret y mamá, fueron trayendo la comida a la mesa.
-         Matthew, ¿cómo te ha ido hoy la escuela? –Le pregunté a mi hermano para sacar algún tema de conversación, si no, aquello parecía un cementerio.
-         ¡MUY BIEN! Hoy en clase de Arte hemos empezado a hacer unas figuritas con una mezcla de cola y agua y papel de cocina.
Reí. Me encantaba cuando era pequeña. Era tan creativa… y no solo yo lo decía, sino todo el mundo. Lo mismo estaba haciendo una manualidad que me ponía a inventarme la letra de una canción. Parece que mis hermanos van por el mismo camino.
-         ¿Sí? Me alegro por ti, haber si la terminas y la traes a casa, muchacho.
-         ¡Claro! Si quieres te la regalo.
-         ¿Enserio? De acuerdo, pero tiene que estar bien hecha, eh…
-         ¡¡SÍ!!
Matthew se puso a pegar pequeños botes en la silla, estaba tan entusiasmado… Le despeiné un poco el pelo largo con la mano y seguimos comiendo.
Ya nadie más dijo ni una palabra. Conforme íbamos terminando de comer, cada uno llevaba su correspondiente plato y vaso al fregadero de la cocina y se podía a hacer alguna tarea pendiente. Yo, al pasar por al lado de mamá le pregunté si Alice podía venir a mi casa esta tarde como habíamos planeado, a lo que mamá me dio permiso.
Subí a mi habitación y comencé a hacer los deberes. Hoy, la profesora de Lengua había mandado haber una redacción sobre la Edad Media, ¿y qué sabía yo sobre la Edad Media? Alcancé el ordenador portátil, lo encendí y busqué en Google sobre la etapa.
Conforme lo que encontré, empecé a escribir la redacción y el tiempo se me pasó volando. Cuando había terminado, me di cuenta de que solo faltaban 20 minutos para que Alice llegara a mi casa. Revisé la agenda e hice la maleta para el próximo día de clase, viernes.
Justo en ese instante, el teléfono fijo de la segunda planta sonó con su inconfundible sonido. Corrí al pasillo, y lo cogí.
-         ¿Sí?
-         ¡Emily!
-         ¡Alice! Sabía que eras tú. ¿Pasa algo?
-         ¿Eh? No, bueno que si te apetece que me lleve alguna película para verla juntas.
-         ¡Claro! ¿Y cuál te piensas traer?
-         Pues no sé… ¿Te parece bien The Last Song?
-         ¡Sí! Me encanta... aunque tenga ese final tan triste, jajaja.
-         Pues sí… pero mola la peli. Vale, la busco en el armario y me voy para tu casa. ¡Un beso!
-         Venga, ¡Adiós! Besos.
Colgué yo primera. Fui a mi cuarto a preparar el DVD, que hacía meses que no utilizaba. Cuando lo hube arreglado, alguien llamó a la puerta. Le abrió mamá y Alice subió rápida a mi cuarto:
-         ¡Hola!
-         ¡Ey!
Nos abrazamos como saludo.
-         ¿Vemos la peli?
-         Venga vale, estaba preparando el DVD.
Encendimos el equipo, pusimos el disco y nos dispusimos a ver la película. Mientras se reproducía, Alice y yo reímos, lloramos, criticamos, imitamos y demás. Al terminar, las dos estábamos en una fase de lágrimas y risas al mismo tiempo.
-         Emily, ¿hacemos algo para distraernos?
-         Será lo mejor, yo no puedo con el final de esta película.
-         ¿Y qué hacemos?
-         Pues… la verdad es que no lo sé.
Seguidamente escuchamos un ruido de cristales. Era Matthew, que jugando con Jenny a la pelota se les había escapado y había dado en el pequeño cristal del ático. Mi abuela, nos mandó ir allí a recogerla y que ya luego buscarían una solución para el cristal, mientras mamá tranquilizada a mi tía.
-         Vamos, Alice.
Las dos subimos las escaleras hacia el tercer piso y entramos en el oscuro y lleno de polvo, ático.
¿Cuánto tiempo hacía que no subía aquí? Quizá un poco, o bastante. Encendí una luz que había, era una bombilla colgando del techo. Miré alrededor. Aquello molaba cantidad.
-         Mira, Emily. –Dijo Alice mientras me enseñaba la pelota de mi hermano.
-         Espera, vamos a quedarnos un poco más.
-         ¡Vale!
Y así estuvimos. Nos miramos en viejos espejos, descubrimos cuadros de antepasados, libros anticuados… incluso un par de baúles. Alice abrió uno de ellos, y estaba lleno de disfraces.
- ¡MIRA QUE SUPER GUAY, EMILY!
No lo dudamos ni un instante, las dos empezamos a probarnos disfraz tras disfraz, y a la vez haciendo fotos con la cámara que había traído Alice en el bolsillo.
Luego, pillada por la curiosidad, fui a abrir el segundo baúl.
- Emily, ahí no hay nada interesante. Solo cachivaches, seguro que de la época del Paleolítico. JAJAJAJAJAJAJA.
Pero yo no paré, abrí el baúl y empecé a curiosear los viejos objetos. Ninguno tenía nada en especial, pero al sacar un viejo reloj, me detuve a observarlo. Era un reloj de cuco, que de alguna forma u otra, me resultaba familiar.
-         Emily venga ya, vamos a hacernos fotos con los disfra… ¡VAYA! ¿De dónde has sacado eso? Mola.
-         Del baúl que tú dices que solo hay cachivaches, le dije con una sonrisa victoriosa.
-         Bueno… pero ¡DÉJAME VER!
Estuvimos un rato mirándolo por todos lados, hasta que de una pasada con la mano, quité una parte de polvo de la parte de atrás. Y no era solo madera, ponía una frase difícil de leer.
Las dos estábamos asombradas. Tanto, que yo no pude evitar intentar leer lo que ponía:
-         Si de la rutina diaria… constante estás… cansada –Alice me miraba con cara de más asombro aún- …escucha mi tic… mi tic tac… verás como… ¿todo?... como todo cambia.
Instintivamente las dos pusimos la oreja en el viejo reloj, y efectivamente: Estaba sonando un ‘tic tac’.
-         ¡FUNCIONA! –gritó Alice.
-         ¡Sí! ¿Pero y esa frase?
-         Pues no sé, pero esto mola tía.
-         Pues sí...
De repente se me puso la cara blanca. Abrí los ojos. Sentía que iba a vomitar.
-         ¿Emily?
-         ¿S-sí?
-         ¿TE OCURRE ALGO?
-         No… esto es pasajero.
El dolor iba a más. ¿Pero esto que era? Iba a ponerme las manos en la frente, porque sentía que sudaba, pero entonces la cabeza se me hecho hacia delante.

Solo escuchaba suaves murmullos. ¿Alguien me estaba dando tortas en la cara? No lo sabía exactamente.
‘¡OH DIOS MIO!’
‘AHORA MISMO TRAIGO A ALGUIEN, EMILY’
Eran simples cosas que ni siquiera sabía interpretar. De un momento a otro, creo que cerré los ojos, caí al suelo y mi cuerpo se desvaneció en cualquier otra parada del tiempo. 

domingo, 17 de julio de 2011

Chapter 1.♥

Iba paseando por los pasillos de mi viejo y descuidado instituto. En sus primeros años de construcción, había sido hogar de una rica familia. Se hizo en el año 1.915, si no recuerdo mal. Sus paredes estaban cubiertas de un papel de pared verdoso que me recordaba a películas de terror, por ejemplo Drácula.
-         Emily, que hambre tengo, vamos rápido haber si no nos van a dejar sitio en la cafetería.
-         Ya voy Alice.
Alice es mi mejor amiga, y obviamente Emily soy yo. Llegué a este instituto sin conocer a nadie, pues no fui al instituto que me destinaron desde mi colegio gracias a mamá, que según ella, aquí daban mejor educación. Los primeros días los pasé fatal, estaba todo el tiempo sola, y apenas hablaba. Entonces, un día mientras comía tranquilamente en el comedor, Britanny –la típica chica pija y matona pero sin estropearse la manicura- vino a intentar quitarme los deberes de la siguiente clase que teníamos, Ciencias Naturales:
-         Ey, tú, la del flequillo en la cara. Dame los deberes de Naturales –decía con aire de superioridad.
-         No… no los tengo hechos.
-         Mentira, sé que los tienes ahí, en tu maleta.
-         No te los quiero dar… -estaba muy nerviosa, nunca había servido para este tipo de cosas.
-Se acercó a mi oído y me dijo casi susurrando- O me los das ya o te busco un problemón con el director hasta todo lo que queda de curso, bonita.
Al ver que yo no reaccionaba, Britanny, acudió a la fuerza. Empezó a tirar de mi mochila con fuerza, y entonces…
Todavía recuerdo aquél momento. Alice fue la primera chica que le había plantado cara a Britanny:
-         ¿Pero qué haces, gilipollas? Vete, aquí no pintas nada.
-         ¿Y tú? ¿Quién crees que eres tú para mandarme a mí?
-         Te he dicho que te vayas a limarte las uñas y demás tonterías a otra parte.
Después de unos cinco segundos pensándoselo, soltó una tonta excusa y ella y sus ‘amigas’ se marcharon del comedor.
-         Te debo una. –Le dije con una tímida sonrisa.
-         Bah, es que ya no podía aguantar más. ¿Quién se cree ella? Pero si dudo mucho que tenga algo dentro de ese cráneo…
Las dos reíamos a carcajadas. Alice nunca había tenido ningún amigo, simplemente sabía valerse por si misma y no necesitaba a nadie a su lado. Pero desde aquél día, fuimos hablando cada vez más. Primero éramos simples compañeras de comida, luego nos saludábamos en los pasillos… Al llegar al segundo grado caímos en la misma clase y ahí fue cuando congeniamos del todo. Actualmente, no cambiaría a Alice por nada del mundo.


A la salida del instituto, se escuchaba el insoportable pero también feliz conjunto de ruidos de zapatos apresurándose hacia la salida, murmullos de chicas planeando algo para esta tarde o, para las más atrevidas, gritos de satisfacción al saber que las clases han terminado por hoy.
- ¿Todavía no has terminado de recoger, Emily? ¡Vamos, rápido!
- Alice, ¿nunca te habías parado a pensar que eres un poquitín IMPACIENTE?
- Ya lo sé, me lo dice mi madre continuamente. Psss..., paso de ello, JAJAJAJAJAJA.
Mientras terminaba de cerrar mi maleta y colgármela en la espalda, le propuse a Alice quedar esta tarde en mi casa:
-         ¡Claro! Oye, eso no se pregunta. Tu casa me mola cantidad.
Y la verdad, no tenía motivos para que no le gustara. Todo el mundo que entraba en ella se quedaba fascinado. Mi casa, era aún más antigua que mi instituto. Tenía tres plantas, en la baja, estaba mi gran comedor, con cuadros de antepasados de mi familia que a veces, daban hasta un poco de miedo. También se encontraba un cuarto de baño, un pequeño desván donde guardar conservas y demás y una gran cocina. En el segundo piso, estaban las habitaciones. Había muchísimas así que teníamos una para cada uno: Mis padres, mi hermana pequeña Jenny, mi hermano mediano Matthew, mi tía Margaret y mi abuela. Aunque la verdad, papá no estaba casi nunca en casa, así que tampoco contaba mucho. En el último piso, solo había un pequeño cuarto con máquinas de hacer ejercicios, un gran ático al que, cuando mi abuelo aún vivía, le encantaba subir conmigo. Nos poníamos a mirar  todos aquellos chismes, y a mi abuelo le llenaba de felicidad verme  tan entusiasmada con la historia. Cuando él empezó a enfermar, mi abuela tenía que pasar gran parte del tiempo con él y ella y su hija, mi tía, no podían hacerse cargo de aquella enorme casa tanto tiempo, así que toda mi familia nos fuimos a vivir allí. En la última planta, también había una cosa que, sobretodo a Matthew, nos encantaba. Había un pequeño pasadizo secreto, que si vas con cuidado, acabas en un pequeño cuarto de nuestro jardín o en la entrada del salón, por diferentes lugares. Eso, antiguamente lo tenían todas las cosas con prestigio, pero en nuestros tiempos quedan poquísimas casas con ese privilegio.
- Entonces, ¿a qué hora quedamos, Emily?
- Pues no sé, a la hora que mejor te venga.
- Hummm...… ¿Te viene bien a las seis?
- ¡Claro! Allí te espero.
- Vale, si surge cualquier problema ya te llamo.
- Venga, sí. Ahora tengo que apresurarme para llegar a mi casa que si no ya sabes como se pone mi tía.
- Sí, lo sé, da hasta miedo.
- JAJAJAJAJAJAJAJA –reíamos las dos a la vez.
- ¡Adiós, Emily!
- ¡Adiós, Alice!